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Partido Revolucionario Institucional


Desde 1929 hasta el 2000, el PRI y su gobierno –priato o dictadura perfecta, mantuvo controlado todo un sistema político que hoy parece retomar fuerza. Fueron poco más de 70 años en los que el partido de la revolución institucionalizada mantuvo la jefatura del país.

El PRI nace como un partido que aglutinó a una buena mayoría de la familia revolucionaria al mando del general Plutarco Elías Calles. PNR, Partido Nacional Revolucionario, PNR, era el nombre con el que se registró por primera vez esta institución en 1929. A partir de esa fecha y hasta la década de los 50 este partido logró cooptar un buen número de sectores sociales, lo que ayudó a legitimar su permanencia irrefutable en el poder. Campesinos, trabajadores, militares y organizaciones populares se aglutinaban bajo el cobijo de un partido que para esa época representaba la democracia. 

Poco después, 9 años, para ser exactos, el PNR cambió de nombre a Partido de la Revolución Mexicana, PRM, al mando del presidente Lázaro Cárdenas. En ese periodo se integraron otros sectores, también campesinos y de trabajadores, que no habían podido ingresar antes; se crean otros partidos políticos como el PAN y se dan una serie de reformas sociales como las referentes al petróleo, al reparto de la tierra, a la educación y a la seguridad social.

Justo en los inicios de la segunda guerra mundial el partido cambiaba de nombre y lo conservaría hasta hoy: Partido de la Revolución Institucionalizada, PRI. Si nos fijamos un poco qué pasaba en el resto del mundo nos daremos cuenta por qué el gobierno del PRI era un ejemplo de verdadera democracia para muchos mexicanos y otros tantos países. Por ejemplo, en Alemania el Partido Nazi y su nacionalismo extremo perseguía a los disidentes, lo mismo pasaba en Italia y Japón. En 1946 el partido debía cambiarse de nombre también para preservar su vigencia en el Estado. Sin embargo, el poderío del PRI no sólo se logró con su política de gobierno, sino con el autoritarismo presidencial, la cooptación y represión de la disidencia, la relación con el gobierno de Estados Unidos, sobre todo con la CIA, y la corrupción, siempre bajo el lema de unidad nacional.

A partir de la década de los 50 se puede percibir una nueva manera de ejercer el mandato. El contacto de México con su vecino del norte influyó en la manera de percibir las maneras distintas de pensar, por ejemplo: desde 1941 existía una ley que bajo el discreto supuesto de mantener la paz en México y evitar la infiltración de intereses extranjeros que perturbaran el orden público se utilizaba para perseguir a todo aquél que pusiera en peligro la estabilidad del propio partido. Poco después a este estatuto se le conocería como Ley de disolución social, que es precisamente como su nombre lo indica: separar o desintegrar aquellos lazos sociales opuestos a los intereses del partido.

Los años 60 y 70 han sido testigos de varias heridas que han causado el PRI. Cómo olvidar la persecución de maestros, médicos, ferrocarrileros y obreros; como olvidar un 1968 y la muerte de varios estudiantes que ante la petición del diálogo recibieron muerte, encarcelamiento y desaparición; manifestaciones sociales y estudiantiles atacadas por grupos paramilitares;  muerte de dirigentes sociales; torturas y hostigamientos.

Y no menos recordadas las últimas décadas, de los 80 hasta el 2000, parece ser que la aparente democracia que México representaba para una buena parte del resto de, sino del mundo, si de Latinoamérica se colapsaba. La apertura democrática que había caracterizado los años anteriores, el cobijo que era México para los exiliados y los perseguidos de otros países se colapsaba. La presencia de otros partidos políticos, los fraudes electorales (si, así como los de hoy), la voz más organizada de los más vulnerables, la presencia de los grupos que por siempre habían estado olvidados, la comunicación y el acceso a información antes impensables evidenciaban un partido que desde sus entrañas y sus prácticas corporativistas, abusivas, corruptas y de clientelismo pretendían entrar a una modernidad que aparentemente sólo los países más desarrollados, o los que quisieran depender de ellos, podían ingresar. La firma de un tratado de  libre comercio, el olvido de que existían sectores que parece nunca habían figurado en la historia mexicana más que en los aparadores de los museos, pueblos que no valían sino es porque construyeron algunas vez pirámides bonitas.

Es imposible olvidar todos estos abusos, el aparente equilibrio que el PRI brindaba a la nación estaba encubierta de una serie de prácticas que terminarían por derrumbar sus cimientos; la democracia en la que muchos mexicanos habían creído se desvanece hoy al identificar que lo más eficaz del partido en sus inicios fue su sapiencia para ocultar sus prácticas de intolerancia, su clientelismo  disfrazado de desarrollo estabilizador muestran ahora una de las caras más dolorosas de su intervención: sectores sumergidos en la pobreza, en el analfabetismo, en la educación y en el conformismo común de nuestras sociedades. 

 
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